Platón dijo en una ocasión que los griegos eran como un conjunto de ranas sentadas alrededor de un estanque, refiriéndose al Mediterráneo. No sabemos si hacía alusión al estado tranquilo de las aguas de nuestro pequeño océano o si por el contrario tan sólo hacía referencia a la constante presencia del agua del mar entorno a la antigua civilización griega.
Nosotros somos los descendientes de aquellas ranas y quienes hemos tenido la oportunidad de pasar tiempo cerca del mar no nos extraña en absoluto que hubiese un pionero que contagiado por el estereotipo californiano, movido por simple curiosidad o simplemente con ganas de llamar la atención cogiese una tabla y le diese por intentar coger olas en alguna de las orillas del Mediterráneo.
Rana contenta en el estanque de agua salada.
El caso es que en algún momento el surfin' llegó hasta nuestras costas, no tenemos ni idea cuando, pero sería interesante que alguien pudiese constatar esto y en algún momento de mediados de los años noventa nos vimos enganchados con una cuerda a una tabla de corcho y pasando más frío que carracuca.
Antes de llegar a este punto, sin darnos cuenta de ello, nos habíamos estado moviendo en un caldo de cultivo propicio para que se diese este fatal desenlance. A nuestro alrededor había algún winfirsung, patines catalanes, barcas, remos… y llega un día en el que ese mar tranquilo se enfurruña, se pone blanco de espumones y decides tirarte al agua. Te llevas unos revolcones impresionantes conocidos como WASIN’ MASIN’, pruebas el sabor de la medusa calentita de finales de agosto, acaricias con el costado el tacto de la arena del fondo y sientes como las pechinas se te clavan en la espalda. Curiosamente, sales del agua con una sonrisa de oreja a oreja.
Soul windsurfin' de los años 80 en Torreta.
Sin predicciones afinadas como las de hoy en día, acabas conviertiéndote en una especie de meteorólogo de tres al cuarto, de chamán mediterráneo o de zaorí del oleaje ocasional. Estas habilidades no dan sus resultados y más de un domingo amaneces en la playa a las 7 de la mañana esperando encontrar algo de olas, y aquel lago salado aparece una vez más calmado, quieto, inmóvil.
Piensas que tus legañas no te dejan ver bien y cuando te acercas a la orilla, a diez kilómetros al sur parece que hay una rompiente, NOOOOOO!! La maldición del pico fantasma!!!!. Comienzan los trastornos en la percepción habituales en el surfista de agua dulce del mediterráneo.
Más allá siempre rompe mejor. El pico fantasma.
Te desilusionas, piensas que mejor dedicarse a la petanca, al yoga, al sambori o a saltar a la cuerda. Con el tiempo descubres que para obtener esa sensación del principio tendrás que ser más paciente de lo que pensabas y rellenar los periodos sin olas con otros modos de divertirte en el mar o fuera de él.
El surfin’ se convierte en algo excepcional, en momentos esporádicos que son buscados con la máxima ilusión. Una actividad que lejos de formar parte de tu cotidianidad ocupará el centro de tu SOUL.
Ahora, el día que la sopa está buena no dejamos ni gota.
MEDITERRANEAN SOUL SURFIN’.
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